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Antonio “Burrito” Morales, el alma sencilla de Rodeo, entre diarios, silbatos y la tradición

  • Foto del escritor: Diario Libre
    Diario Libre
  • hace 3 horas
  • 5 Min. de lectura

hijo de Yola Esquivel y Tomás Morales, criado en San Luis, Antonio Donato Morales es una de esas personas que hacen grande a un pueblo con su sola presencia. Canillita por amor al trabajo, árbitro por pasión y locutor por vocación, su vida está hecha de madrugones, sacrificio, amistad y una fe profunda en la gente de Iglesia. Hoy, con 52 años recién cumplidos, repasa una historia que se confunde con la de su propia tierra.

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Nacido y criado en la zona conocida como San Luis, en Rodeo, Antonio Donato Morales creció entre la montaña, los frutales y el murmullo de la radio que sonaba en cada casa. Es el mayor de cinco hermanos, y desde chico aprendió lo que significa el esfuerzo. Sus padres, Yola y Tomás, le enseñaron el valor del trabajo honesto, de la palabra dada, de la humildad como bandera. A los veinte y tantos años, el destino lo fue llevando por caminos inesperados, la radio, el fútbol, el kiosco, las madrugadas heladas, las zambas, los amigos. “Yo no soy hombre de grandes cosas”, dice el Burrito, “pero todo lo que hice, lo hice con el corazón”.


Su historia como canillita empezó alrededor del 2003, cuando se sumó al kiosco de Revistas, aquel punto de encuentro donde se mezclaban las noticias, el aroma a café y las charlas interminables.“Empecé ahí, con Marcelo Ramos y Valeria Shalom. Ellos fueron como mi familia. Y sus hijas, las vi crecer, chiquititas. Hoy son como mis hermanas”, cuenta con orgullo y ternura.


Durante dos décadas, el Burrito fue más que un vendedor de diarios, fue el mensajero de la palabra, el rostro que cada mañana llegaba con las novedades del país y del pueblo.“Había días que el diario llegaba temprano, otros al mediodía, o a la tarde. Y si no llegaba, había que ir hasta Jáchal a buscarlo. Marcelo iba en la motito, bajo la lluvia o la nieve. Era un sacrificio enorme, pero lo hacíamos con alegría.”

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Su recorrido era una travesía por la geografía humana de Rodeo, salía del kiosco rumbo a Santo Domingo, doblaba por Calle Paoli, llegaba hasta Los Coloraditos, dejaba un diario en la última casa y regresaba saludando a medio pueblo.“Pasaba por la casa del fotógrafo Marinero, por Don Pascualito, por el Martillo, por la familia Díaz en Santa Lucía, por los Palacios, por el Brrio Ulises… ¡qué recuerdos! gente buena, gente de alma.”


Con los años, esa rutina se volvió parte de su identidad. “Yo me sentía orgulloso de ser canillita. Era mi forma de servir. Conocí a autoridades, intendentes, artistas, pero también a mis mejores amigos. El Colo Marinero, Germán Caballero, Donaldo Montaño, Ramoncito Montaño, María Montaño, Miguel Flores, tantos… Algunos ya no están, pero los tengo presentes cada día.”

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La pandemia fue, sin dudas, la prueba más dura. Mientras el mundo se detenía, el Burrito seguía abriendo el kiosco.“Estuve tres años solo. Solo con mi mate, mi radio y mis diarios. Llovía, nevaba, hacía calor… y yo ahí, firme. Era lo único que podía hacer. Tenía permiso de la policía porque era mi única fuente de trabajo. Me dolía ver a la gente sufrir. Lloré muchas veces. Pero seguí, porque sabía que alguien esperaba su diario, su compañía.” Entre lágrimas y silencios, recuerda ese tiempo como una etapa de fe y fortaleza. “Dios y la Virgen me acompañaron siempre. Yo no tenía nada más que mi kiosco y mi gente. Por eso nunca bajé los brazos.”


Paralelamente, desde 2002, otra pasión lo había atrapado, el arbitraje. Una lesión lo había alejado del fútbol como jugador, pero no del amor por la cancha. “El fútbol me corría por las venas. Y cuando no pude jugar más, decidí aprender a arbitrar. Hice los cursos con el instructor nacional Carlos Allegue. Fue un nuevo comienzo.” Desde entonces, el silbato se convirtió en su compañero fiel.“Llevo más de veinte años dirigiendo en la Liga Iglesiana, Veteranos, Liguilla Amateur, Intercolegiales… hasta llegué a San Juan, a la Liga Sanjuanina, como asistente.”

Dirigió clásicos inolvidables, partidos intensos, finales reñidas, pero también encuentros cargados de respeto y amistad.“Lo más lindo fue dirigir a mis hermanos, a mis amigos. Escuchar a la gente gritar desde afuera, reírme después con ellos. Uno aprende a no tomarse las cosas a pecho, a mantener la calma. Yo me debo a los equipos, a los once de cada lado. La gente grita, pero después te cruzás en la esquina y te dan la mano.”

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Junto a compañeros de toda la vida, Nazario Esquivel, Juan Castillo, Wilson Díaz, “Pelusa” Cofré, Nelson Allegue, entre tantos otros, el Burrito se ganó el respeto del fútbol iglesiano.“Ya pesan las piernas, pero todavía disfruto cada partido. Me gusta ir a la tribuna, mirar a los nuevos árbitros, ver cómo crecen. Ojalá salgan muchos árbitros de Iglesia, sería lindo verlos. Falta apoyo, pero hay jóvenes con ganas.”


A fines de los 90, el Burrito también descubrió su vocación por la radio. “Arranqué allá por el 97, 98, con Pablo Galleguillo, Adrián Galleguillo y Rafa Manrique. Hacíamos programas de folklore. Después, en 2006, nació mi programa propio. Ese año también surgió una de las cosas más lindas que me tocó hacer, el Festival de los Chicos Especiales.”


Junto a Zulmita Aguilera y Cristina Vedia, dos enfermeras queridas del hospital de Rodeo, organizó durante más de una década un festival que marcó un antes y un después.“Fue una locura hermosa. Cada año crecía más. Logramos mucho para la escuela especial. Conseguimos que el Gremio Asijemin fuera padrino, trajimos a la virreina nacional de los niños especiales, y hasta logramos el certificado oficial de la peña firmado por el gobernador Uñac y los diputados. Ese festival fue el segundo más grande de Iglesia, después de la Fiesta de la Semilla.”

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Por cuestiones de tiempo y cambios en la dirección de la escuela, tuvo que alejarse, pero su huella quedó. “Yo le cedí mi peña a la escuela. Lo importante era que siguiera, que no se perdiera el espíritu. Ese festival fue mi manera de agradecerle a la vida todo lo que me dio.”


Hoy, Antonio Morales vive con la serenidad de quien ha cumplido su misión. Sabe que su nombre quedó grabado en la historia chica, en la memoria grande de Iglesia.“Yo no tengo riquezas, ni títulos”, dice, “pero tengo lo que más vale, amigos, recuerdos, respeto. Eso me alcanza.” Agradecido con su familia, con Marcelo y Valeria, con los amigos de la vida, con la gente que alguna vez le abrió la puerta para recibir un diario o un saludo, el Burrito sigue caminando por Rodeo con esa sonrisa calma, con esa mirada buena que todos reconocen.


“Mientras tenga fuerzas, seguiré haciendo lo que amo. Ya sea con un silbato, con un micrófono o con un diario bajo el brazo. Porque uno nunca deja de servir al pueblo, aunque cambien los tiempos.”

Y así, entre montañas y amaneceres, entre mates y recuerdos, Antonio “ El Burrito” Morales se ha ganado su lugar eterno en el corazón iglesiano. El canillita, el árbitro, el locutor. El hombre de la palabra simple y el alma grande. El amigo de todos, el Antonio "Burrito" Morales.

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