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Del conflicto a la diplomacia: así fue la relación del Papa Francisco con los presidentes argentinos

  • Foto del escritor: Diario Libre
    Diario Libre
  • 21 abr
  • 5 Min. de lectura

Durante los 12 años que duró su pontificado, el Papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y argentino de la historia, mantuvo una relación cargada de matices con los distintos presidentes de su país natal. Desde enfrentamientos abiertos hasta gestos de reconciliación, pasando por vínculos fríos o estrictamente protocolares, Jorge Bergoglio nunca renunció al diálogo, aunque sus diferencias ideológicas y éticas con algunos mandatarios hayan sido evidentes.

Francisco, que llegó al trono de San Pedro en marzo de 2013, ejerció una influencia singular sobre la política argentina. No solo por su rol como líder espiritual de millones de fieles, sino por su historia personal y su vínculo directo con las raíces de la sociedad argentina. Su relación con los presidentes que se sucedieron en la Casa Rosada fue un reflejo de los vaivenes del país: cargada de tensiones, gestos, palabras no dichas y mensajes cargados de simbolismo.


Cristina Fernández de Kirchner: del enfrentamiento a un acercamiento con final abrupto


La historia entre Cristina Kirchner y Jorge Bergoglio comenzó marcada por el conflicto. Como arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio fue uno de los críticos más duros del kirchnerismo, especialmente por su política social, los índices de pobreza y los casos de corrupción. El entonces matrimonio presidencial lo consideraba un opositor y llegó a promover una campaña en su contra, acusándolo incluso de tener vínculos con la dictadura militar, algo que luego fue judicialmente desmentido.


Sin embargo, todo cambió el 13 de marzo de 2013. Con la elección de Bergoglio como el nuevo Papa, Cristina inició un proceso de acercamiento sorprendente. Fue la primera jefa de Estado en visitarlo en el Vaticano, un día antes de su entronización. El encuentro fue simbólico: ella le regaló un mate y un poncho, y él la recibió con afecto. En los dos años siguientes se vieron siete veces, y Cristina llegó a confesarle que había tenido “otra idea” sobre él.


Francisco, por su parte, optó por dejar atrás las heridas. “Hay que ayudar a Cristina”, dijo en uno de los momentos más complejos de su gobierno. No fue una declaración de afinidad política, sino una muestra de su preocupación institucional: entendía que una caída anticipada del gobierno podría generar una crisis similar a la del 2001, con consecuencias devastadoras para los más vulnerables.


Pero ese vínculo no duró. En 2015, la decisión de Cristina de postular a Aníbal Fernández como candidato a gobernador —una figura resistida por los curas villeros cercanos al Papa— y el uso político excesivo de su imagen terminaron por romper la relación. Francisco decidió tomar distancia. El gesto fue claro: el vínculo con el kirchnerismo, que había tenido un giro inesperado, volvía a tensarse.


Mauricio Macri: cordialidad, distancia y reproches cruzados


Con la llegada de Mauricio Macri al poder, la relación cambió de tono. Más institucional, menos cargada de historia, pero también distante. Francisco y Macri no compartían casi nada en términos de visión social. El líder del PRO, de perfil liberal y conservador, mantenía una relación formal con la Iglesia, pero su vínculo con el Papa fue siempre frío.


En febrero de 2016 se vieron por primera vez en Roma. La reunión duró apenas 22 minutos y dejó una imagen que fue muy comentada: Francisco con rostro serio, sin sonreír. Se interpretó como un gesto de incomodidad o desconfianza. Durante los cuatro años de gobierno de Macri, solo se vieron dos veces.


El malestar entre ambos venía de antes. Cuando Macri era jefe de Gobierno, el entonces cardenal Bergoglio le había reprochado no apelar un fallo judicial que permitía el matrimonio igualitario, lo cual generó tensiones internas en la Iglesia porteña. Aun así, Francisco se aseguró de que Macri estuviera presente en la primera fila durante su asunción papal, a pesar de que Cristina lo había excluido de la delegación oficial.


Macri, por su parte, nunca terminó de confiar en el Papa. En su libro “Primer Tiempo”, sugiere que Francisco habría influido indirectamente en su derrota electoral, al permitir que sectores de la Iglesia se alinearan con figuras del Frente de Todos como Juan Grabois, a quien el pontífice le dio un rol en el Vaticano.

Pese a todo, ambos mantuvieron siempre una línea de respeto institucional. El diálogo existió, aunque sin la calidez ni el entendimiento mutuo que el Papa había tenido con otros líderes.


Alberto Fernández: entusiasmo inicial, ruptura silenciosa


Con la llegada de Alberto Fernández, en 2019, parecía renacer una sintonía entre el Papa y la Casa Rosada. Fernández se había reunido con Francisco antes de ser candidato, y ya como presidente promovió una relación cercana. El Papa lo recibió en enero de 2020 en el Vaticano, en un encuentro distendido. Incluso, el presidente bautizó a su hijo con el nombre “Francisco” en su honor.


Sin embargo, esa cercanía se diluyó rápidamente. La legalización del aborto en plena pandemia fue un punto de inflexión. El Papa no ocultó su malestar, y la Conferencia Episcopal Argentina fue contundente en su rechazo. A partir de entonces, la relación se enfrió visiblemente.


En mayo de 2021 tuvieron su segundo —y último— encuentro. Desde entonces, el diálogo fue escaso y más formal. El Papa observaba con preocupación el deterioro económico y social del país, pero también el uso de su imagen con fines políticos, algo que le generaba incomodidad. Fernández, que había comenzado su mandato con la expectativa de tener al Papa como aliado, terminó alejándose en silencio.


Javier Milei: insultos previos, respeto mutuo y una relación diplomática


Tal vez el vínculo más curioso y cambiante fue el que Francisco mantuvo con Javier Milei. Durante su campaña, el libertario no ahorró críticas: lo llamó “zurdo asqueroso”, “comunista” y hasta “representante del maligno en la Tierra”. La confrontación parecía inevitable.


Pero una vez electo, Milei cambió radicalmente de tono. Mantuvo una conversación telefónica con Francisco la misma noche de su victoria y, semanas más tarde, le envió una carta formal pidiendo trabajar juntos por “la paz y la prosperidad”. En febrero de 2024 se concretó un encuentro privado en el Vaticano que duró una hora y tuvo un tono cordial.


Francisco, fiel a su postura de diálogo universal, eligió no cerrarse. A pesar de las profundas diferencias ideológicas —especialmente en temas como el rol del Estado, la pobreza y la economía—, el Papa recibió a Milei con la misma diplomacia que aplicó con todos los presidentes. No hubo afinidad, pero sí un respeto mutuo.


Hasta su fallecimiento, la relación con el actual presidente se mantuvo en términos protocolares. Milei, por su parte, moderó sus declaraciones públicas sobre el Papa y evitó nuevas polémicas. A diferencia de otros vínculos, este nunca fue personal: fue, simplemente, institucional.


Un Papa argentino entre la política y la fe


Francisco no fue un Papa neutral con la Argentina. Desde Roma, siguió de cerca la vida política y social del país. Su origen porteño, su historia con el peronismo, sus valores sociales y su compromiso con los pobres lo convirtieron en una figura clave también en el tablero nacional.


Su forma de relacionarse con los presidentes reflejó su estilo: pragmático, crítico, pero dispuesto al diálogo. Supo marcar límites cuando fue necesario, tender puentes cuando lo creyó oportuno y tomar distancia cuando percibía que su imagen era usada con fines políticos.


El legado de Francisco en la Argentina va más allá de sus relaciones con los presidentes. Fue —y será— una figura espiritual de referencia, pero también un actor con voz en los grandes debates sociales del país. Y aunque nunca volvió a pisar suelo argentino, dejó una huella imborrable en la política nacional.

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