Desde Rodeo hasta el fin del mundo
- Diario Libre

- 30 oct
- 3 Min. de lectura
En el confín más austral del planeta, donde el viento talla esculturas en el hielo y el silencio se vuelve voz de la Patria, hay un iglesiano que encarna la fibra más noble del ser argentino. Se llama Luis Cortez Esquivel, tiene 37 años, nació y creció en Rodeo, y hoy es Jefe de la Base Antártica San Martín, la primera construida por nuestro país debajo del Círculo Polar Antártico y símbolo de soberanía desde 1951.

Allí, entre el frío eterno y las banderas flameando en el horizonte blanco, el capitán lleva no sólo el peso del uniforme, sino también el calor de sus raíces. “Durante mi infancia viví con mi abuela María Montaño y mi tío Eusebio Esquivel, frente al cruce en la entrada al pueblo”, recordó. De aquellos años de escuela en Rodeo, del barro en los zapatos y los sueños mirando al cielo cordillerano, nació una vocación que con el tiempo se convertiría en destino.
A los doce años ingresó al Liceo Militar General Espejo, en Mendoza, y allí comenzó un camino de esfuerzo, disciplina y amor por la Patria. Con los años egresó del Colegio Militar de la Nación como Oficial del Arma de Infantería y Licenciado en Conducción y Gestión Operativa. Su trayectoria lo llevó a destacarse en distintas unidades del Ejército, desde la Infantería de Montaña en San Juan hasta el Regimiento de Montaña 22 “Teniente General Ricchieri” en Covunco Centro, Neuquén, donde formó parte de una fuerza histórica, profundamente ligada al espíritu andino.
Pero su sueño mayor estaba aún por cumplirse. “Desde mis inicios en la carrera anhelaba recorrer cada punto de nuestra Patria”, confiesa. Y ese anhelo lo llevó más lejos que a nadie, a la Antártida. En 2023 fue seleccionado para cursar la formación del Comando Conjunto Antártico, y en 2024, finalmente, asumió como jefe de la Base San Martín.

Una base pionera, la piedra basal de nuestra soberanía blanca, erguida sobre un promontorio de roca y hielo en medio del mar de Weddell. “Es un orgullo inmenso ser jefe de esta base. Es una base histórica, la más austral del mundo. La piedra basal de nuestra soberanía en estas latitudes”, afirma con la emoción contenida del soldado que sabe que no representa solo a las Fuerzas Armadas, sino a toda la Nación.
El desafío es inmenso. Aislamiento, clima extremo, recursos limitados, y un año entero de convivencia con un grupo de hombres y mujeres que, como él, eligen servir en el silencio absoluto de la Antártida. “La conducción se basa en el entendimiento humano, en la empatía y el razonamiento, dice, porque somos veinte personas conviviendo en un islote durante todo un año.”

Entre experimentos científicos, mantenimiento y el izado diario de la bandera argentina junto al busto del General San Martín, la vida en la base se convierte en una lección de humanidad. “El valor humano debe estar siempre por encima de la tarea. Las órdenes deben ir de la mano con la seguridad, y cada misión debe resaltar las capacidades de cada integrante del equipo.”
Al preguntarle qué siente al representar al país en un lugar tan simbólico, responde con la voz del corazón,
“Un orgullo inconmensurable. Cada mañana, al ver flamear la Bandera Argentina junto al busto del General San Martín, renuevo el compromiso con la Patria y su historia.”

Su mensaje final es una ofrenda a los jóvenes de su tierra, a aquellos que miran el cielo desde los mismos cerros donde él creció.
“El estudio, el trabajo, la constancia y el sacrificio por la Patria son pilares fundamentales para dejar huella. No hay sueños imposibles. Desde Rodeo hasta la Antártida hay un solo camino: el de la voluntad.”
Hoy, el nombre de Luis Cortez Esquivel queda grabado en el hielo eterno del sur, como testimonio de que los hijos de Iglesia también llegan lejos, incluso hasta el fin del mundo, donde el blanco infinito se vuelve bandera y el silencio canta el himno de la Nación.
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