Ricardo "El Pucho" Sancassani. El legado de un hombre libre
- Diario Libre

- 16 dic 2024
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En una tarde de viento sur, cuando el corazón de la Cordillera de los Andes parece susurrar su propia historia, me encuentro con un hombre que ha sido testigo y protagonista de las páginas más profundas de la historia de Iglesia. Ricardo "Pucho" Sancassani, a sus 70 años, es mucho más que el primer proveedor minero del departamento. Es un hombre de principios sólidos, una vida marcada por sacrificios, lecciones y un amor indomable por su tierra, IGLESIA. Su relato, cargado de sabiduría y humanidad, es el que no puede faltar en las páginas de Gente de mi Pueblo.

Era un miércoles por la tarde, de esos días donde el viento sur acaricia la piel con una suavidad casi mágica, como si la misma tierra respirara y susurrara secretos olvidados. Con el alma inquieta por la charla de asesoría que debía realizar sobre un emprendimiento, me dirigí hasta Colola, hacia ese lugar donde el Dique Cuesta del Viento comienza a dar la bienvenida, desplegando ante los ojos su grandeza. Allí, entre los vastos paisajes que parecen hablar en silencio, me esperaban Ricardo Aristides Sancassani Dojorti, conocido por todos en el pueblo como "El Pucho", y su esposa, la cálida Ileana del Valle Jofre. Su hogar, lleno de cariño, abrió sus puertas para recibirme, y con el tacto de la hospitalidad genuina, nos saludamos con un afecto que traspasaba las palabras.
Mi intención inicial era simplemente hacer la asesoría, tomar unos minutos, pero lo que ocurrió después fue algo que cambiaría el rumbo de mi visita y, sin quererlo, se convirtió en una profunda conversación. Ricardo, o "Pucho", como lo llaman con cariño, comenzó a hablar. No sólo sobre el emprendimiento que lo había traído hasta aquí, sino sobre una vida repleta de historias que llevaban el peso de décadas de luchas, sacrificios y un amor feroz por su tierra. Lo que en principio iba a ser una simple asesoría se transformó en una lección de vida.


Como periodista, mi trabajo es escuchar y transmitir, pero a veces la vida misma te enseña mucho más de lo que podrías esperar. Y así fue, cuando el "Pucho" me comenzó a hablar con el cariño y la sabiduría de un hombre que ha vivido y aprendido a base de dolor y esfuerzo. En su voz se escuchaba el eco de aquellos consejos que un padre podría darle a su hijo. “A los 30 años, hijo”, me dijo con una mirada franca, “hay que saber distinguir entre el bien y el mal. Las tentaciones están ahí, en cada esquina, pero el camino que debes seguir es el más corto, el de la verdad, el de los valores”. Fueron palabras que calaron hondo en mi corazón. Ese momento, cargado de la sencillez de un hombre que ha vivido mucho, se convirtió en uno de esos instantes que uno guarda para siempre en el alma, porque son lecciones que jamás se olvidan.
Ricardo nació en 1954, el menor de dos hermanos, en una familia de profundas raíces en la política del departamento Iglesia. Su madre, Rosalva Marina Dojorti, hermana del conocido Eusebio de Jesús Dojorti, "Buenaventura Luna", y su padre, Emilio Argentino Sancassani, fueron figuras fundamentales de la historia política de San Juan, cercanos a los caudillos Cantoni de los años 20 y 30. Sin embargo, Pucho nunca fue un hombre de ostentaciones. Creció en un hogar humilde y trabajador, y siempre tuvo claro que su vida debía ser una constante lucha por el bienestar de su gente y su tierra.

Durante su servicio militar en 1975, Ricardo "Pucho" Sancassani, que se encontraba en plena instrucción en la Armada, tomó una decisión que cambiaría su vida. En un momento de confusión y, quizás, por la necesidad de sentirse armado en un contexto de tensión social, decidió adquirir un fusil FAL, algo estrictamente prohibido. El 10 de septiembre de ese mismo año, un teniente de la Dirección de Abastecimientos Navales le vendió el arma, una acción que sería el detonante de un proceso judicial que le resultaría fatal. Por la retención indebida de un arma de guerra, la Armada abrió un sumario en su contra y lo sometió a prisión preventiva. El castigo fue severo, Pucho pasó un año en prisión preventiva, y luego de ser condenado, fue trasladado al penal de Magdalena, donde cumplió una sentencia de cuatro años. La acusación en su contra fue, en su opinión, completamente injusta, pero eso no impidió que viviera esa etapa de su vida tras las rejas, enfrentándose a las autoridades de un régimen que no dudaba en castigar con dureza a quienes consideraba enemigos.

En esos mismos años, Argentina vivía bajo el gobierno de facto de la dictadura militar. En 1976, el entonces gobernador de La Rioja, Carlos Saúl Menem, fue destituido y encarcelado por el régimen bajo la acusación de presuntos vínculos con la guerrilla y corrupción en la función pública. Menem, al igual que muchos otros, fue detenido de manera ilegal y pasó más de cinco años en prisión, siendo víctima de una persecución feroz e injustificada. A mediados de 1976, a Menem lo trasladaron finalmente a la cárcel de Magdalena, donde coincidió con Ricardo "El Pucho" Sancassani. Fue en ese lugar, entre barrotes y muros grises, que nació una amistad singular, la que, aunque nacida en la adversidad, forjó un lazo de respeto y camaradería entre los dos hombres.
Durante su tiempo en prisión, Pucho y Menem compartieron muchas horas de recreo, una de las pocas actividades permitidas en el penal, el juego de pelota paleta. En esos partidos, jugados con el "murallón" como único campo de juego, las tensiones del contexto político y personal parecían desvanecerse. En uno de esos encuentros, Menem le obsequió a Pucho su paleta, un gesto de amistad que hoy Ricardo conserva con especial cariño, simbolizando no solo un obsequio material, sino una lección de humanidad y compañerismo en medio de la oscuridad del cautiverio. La paleta, aún guardada con respeto y admiración, representa mucho más que un simple objeto. Es el recordatorio de un tiempo de lucha, de dolor, pero también de esperanza. En la vida de Pucho Sancassani, este regalo se transformó en un símbolo de resistencia, amistad y los valores que lo han guiado a lo largo de su vida.

Cuando salió de prisión, su corazón lo guió de regreso a su tierra natal, la amada Iglesia, específicamente a Tudcum, el rincón donde siempre quiso estar. Allí encontró su propósito en el cuidado de las fincas y en la agricultura, una conexión profunda con la tierra que marcó el inicio de una etapa significativa en su vida, el apasionante camino de la política, una de las grandes pasiones de El Pucho Sancassani. Con el retorno de la democracia en 1983, Sancassani asumió como concejal del departamento Iglesia representando al Bloquismo, desempeñándose con dedicación y compromiso hasta 1987. Sin embargo, sus férreos valores éticos y morales lo llevaron a tomar una decisión que marcó su vida; renunciar a la política activa para no ceder ante las tentaciones de la corrupción. Prefirió volver a sus raíces, trabajar en su finca y contribuir desde las sombras al progreso de su amado Bloquismo. Siempre mantuvo como bandera el amor por Iglesia, "la tierra que amo y donde quiero morir", según sus propias palabras.

Antes de la llegada de Barrick a la cordillera, su conocimiento innato de los campos Iglesianos, lo convirtió en una figura clave. Fue en la casona de los Sancassani en Tudcum donde recibió al ingeniero José Ossa de Barrick, quien llegó acompañado del diputado Juanillo Pinto. Buscaban a alguien que conociera cada rincón de la cordillera, y nadie mejor que El Pucho para esa misión. Como guía de montaña, Sancassani condujo a los representantes de Barrick en su camioneta, explorando lugares emblemáticos como Mina del Carmen y el Sancarrón en el Valle del Cura. Durante estas travesías, no solo compartió su conocimiento geográfico, sino que también recomendó a dos jóvenes de Tudcum, expertos en el campo y con animales, para colaborar en las primeras etapas de exploración. Así comenzó a forjarse una relación pionera entre la comunidad iglesiana y la minería, que marcó los inicios de Veladero.

Su visión estratégica lo llevó a adelantarse a los tiempos. Durante su periodo como concejal, comprendió el potencial transformador de la minería para Iglesia, cambió su percepción sobre este rubro. Años más tarde, inspirado por aquellas experiencias, fundó su empresa VIVES, un proyecto que tomó años de formación, pero que finalmente vio la luz en noviembre de 2004.

La historia de VIVES comenzó con esfuerzo, sacrificio y un amor profundo por la familia y la comunidad. Todo empezó en Tudcum, un lugar donde los sueños y la tierra se entrelazan. La empresa inició con la limpieza de baños químicos y contenedores, un trabajo duro, insalubre y a menudo desalentador. En aquellos primeros días, Pucho Sancassani no estaba solo; lo acompañaba su compañera de vida, su esposa Ileana del Valle Jofré. En ese entonces, Ileana enfrentaba la doble responsabilidad de trabajar junto a su esposo y cuidar de su familia. Estaba embarazada de su hijo Lautaro y tenía a Magdalena y Melani, sus pequeñas hijas, que dependían completamente de ella. La imagen de su esposa trabajando en condiciones adversas con un embarazo avanzado fue un llamado para Sancassani. No podía permitir que ella continuara con esa labor. Fue entonces cuando tomó la decisión de asumir personalmente las tareas más arduas y liderar la empresa con sus propias manos.
Ese gesto marcó un punto de inflexión. Pucho no solo estaba construyendo un negocio, estaba edificando un futuro para su familia y para su tierra. Su liderazgo y visión llevaron a VIVES a convertirse en la primera empresa iglesiana en colaborar directamente con Barrick. Este logro no fue fácil, pero con cada paso avanzaron, superando los desafíos y consolidando su reputación. La relación de VIVES con la minera Barrick trascendió lo meramente laboral. En el camino, Pucho y su equipo encontraron aliados y amigos que fueron cruciales para el crecimiento de la empresa. Entre ellos destacó Valentín Selorrio, hijo del presidente de Barrick en Argentina, con quien se forjó una amistad que iba más allá de lo profesional. También contaron con el respaldo de figuras como, Miguel Grecco y Julio Claudeville, quienes confiaron en el potencial de una pequeña empresa local y en el carácter íntegro de Sancassani.
A través del trabajo incansable y la dedicación, VIVES se transformó en un pilar de la comunidad iglesiana. La empresa llegó a emplear hasta 20 trabajadores, todos oriundos de Iglesia. Cada uno de ellos llevó consigo valores y conocimientos que reflejaban el espíritu de la tierra que los vio nacer. René Arias, una de las empleadas más recordadas, es un ejemplo de ello. Trabajadora incansable y de principios, dedicó años de su vida a VIVES hasta jubilarse, dejando un legado de compromiso y lealtad. Pero la historia no termina ahí. El impacto de VIVES en la comunidad fue tan significativo que muchos de los trabajadores capacitados en minería por la empresa fueron posteriormente solicitados por otras compañías. Esto no solo habla de la calidad del trabajo realizado, sino también de la visión de Pucho y su esposa de preparar y empoderar a los suyos para que alcanzaran nuevas oportunidades. Así, VIVES no solo creció como empresa, sino que contribuyó al desarrollo de la comunidad iglesiana, generando empleo digno y fomentando el orgullo local.

El camino no estuvo exento de sacrificios, pero Pucho Sancassani siempre se mantuvo fiel a sus principios y a su amor por su tierra. Cada paso, desde las jornadas interminables de trabajo hasta las decisiones difíciles, lo llevó a cumplir su propósito, crear una empresa que no solo ofreciera servicios, sino que transformara vidas. VIVES fue mas que una empresa; es hoy actualmente, un símbolo de lo que se puede lograr cuando el compromiso, la familia y el amor por la comunidad son la fuerza que guía cada acción.
El sol cae despacio tras las montañas de Los Andes, iluminando con tonos dorados la casa de Ricardo "El Pucho" Sancassani, un hombre que convirtió cada herida en una lección y cada lucha en un motivo para seguir adelante. Hoy, a sus 70 años, sus pasos serenos recorren los mismos paisajes que lo vieron crecer, trabajar y soñar. Su vida, tejida entre sacrificios y triunfos, es una historia de resiliencia, amor y redención.
Pucho es más que un nombre; es un símbolo de la fuerza humana. Desde las penurias de una prisión injusta hasta liderar una empresa que marcó un antes y un después en la comunidad iglesiana, supo transformar cada desafío en un peldaño hacia la libertad que hoy abraza con todo su ser. Su mirada, cargada de años y sabiduría, habla de paz, de gratitud y de un amor inmenso por su tierra y su gente. Al contemplar el horizonte de su querido Tudcum, Pucho sonríe, sabiendo que su mayor triunfo no está en lo que construyó, sino en la huella profunda que dejó en los corazones de quienes tuvieron el honor de caminar junto a él. Porque su historia no es solo suya, es de todos los que creen que la libertad y la dignidad son conquistas eternas.
Así concluye esta nota, no solo con un legado, sino con un ejemplo que me llevé en una tarde y charla inesperada. Una tarde en la que no solo guardé cada consejo, cada lección de vida, sino que me llevé algo aún más valioso, el ejemplo y la amistad de Ricardo “El Pucho” Sancassani.

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