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ARREQUINTÍN, MEMORIA VIVA DE LA MINERÍA EN IGLESIA

  • Foto del escritor: Diario Libre
    Diario Libre
  • 7 may
  • 2 Min. de lectura

Homenaje a los hombres y mujeres iglesianos que forjaron patria con sus manos en las entrañas de la montaña

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En lo más alto del departamento Iglesia, donde la cordillera de los Andes impone su silencio y su rigor, reposa uno de los capítulos más profundos y sentidos de la historia minera argentina: la Mina Arrequintín. Allí, entre cerros que superan los 4.000 metros sobre el nivel del mar, se grabaron las huellas de cientos de trabajadores que, con pico, pala y el alma puesta en el deber, hicieron patria desde el corazón de la montaña.


Descubierta en 1914 y con actividad formal desde 1934, Arrequintín fue mucho más que un yacimiento de wolframita: fue una escuela de vida, un hogar improvisado para hombres que enfrentaban nevadas, soledad, viento y frío por el futuro de sus familias. Fue la cuna de relatos que hoy se cuentan al calor de los fogones, cuando los abuelos iglesianos rememoran su juventud y se les humedecen los ojos al hablar de la mina que les dio sustento, orgullo y cicatrices.


Esos viejos mineros, forjadores silenciosos del progreso, vivieron días eternos en carpas o pequeños galpones de madera, durmiendo con los zapatos puestos, esperando el amanecer para volver al socavón. Sus manos curtidas por el trabajo, sus espaldas encorvadas por el peso del mineral, y sus rostros marcados por el sol y el sacrificio, son hoy símbolos de un tiempo donde la dignidad no se medía en palabras, sino en esfuerzo.


El geólogo Victorio Angelelli, en 1943, supo ver en Arrequintín un distrito wolfrámico de valor estratégico para el país. Pero mucho antes que los mapas y las leyes, fueron los iglesianos quienes conocieron esa tierra y la convirtieron en oportunidad. Algunos llegaban a lomo de mula, con víveres que escaseaban y sueños que sobraban. Otros, jóvenes aún, daban sus primeros pasos en la vida laboral junto a padres y tíos que les enseñaban que en la montaña todo se gana con el cuerpo, el temple y el respeto.


Hoy, Arrequintín es una mina dormida, pero su historia está más viva que nunca. Vive en las anécdotas familiares, en los retratos en blanco y negro guardados con celo, en los recuerdos que se vuelven leyenda en cada familia iglesiana que tuvo un abuelo, un padre o un tío que dejó su marca en esas piedras.


No se puede hablar de minería en San Juan sin mencionar a Arrequintín. No se puede hablar de Iglesia sin rendir homenaje a esos pioneros que, sin saberlo, construyeron las bases de una identidad. Hombres y mujeres que no buscaron la gloria, pero la encontraron en la memoria de un pueblo que no olvida.


Este 7 de mayo, en el Día Nacional de la Minería, los saludamos con respeto, emoción y gratitud. Porque cada barreno, cada golpe de martillo, cada jornada a la intemperie, fue un acto de amor por la familia, por la comunidad, por la Patria.


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