Cooperativa El Porvenir cumple 33 años de lucha, legado, sueños compartidos y raices que echan fruto en Iglesia
- Diario Libre

- 4 sept
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Nacida en 1992 del esfuerzo de hombres y mujeres que decidieron apostar al trabajo colectivo, la institución iglesiana celebra más de tres décadas de historia. Entre nombres que ya son memoria viva y la fuerza de sus descendientes que siguen el camino, El Porvenir mantiene en alto sus banderas de sacrificio, unión y esperanza, con un sueño aún pendiente, el agua potable.

En las montañas y valles de Iglesia, donde la tierra exige tanto como lo que ofrece, hay una historia que late con fuerza desde hace más de tres décadas. Es la historia de la Cooperativa Agropecuaria El Porvenir, un proyecto que nació de la fe en la tierra, de la convicción en la organización y del deseo compartido de no abandonar el lugar que vio crecer a sus hijos. Este 4 de septiembre, la institución celebra 33 años de vida, con el mismo espíritu que la vio nacer y con la certeza de que su nombre no fue puesto al azar. El Porvenir siempre significó esperanza.
Lo que hoy es una cooperativa organizada, reconocida en todo el departamento, comenzó entre los años 1988 y 1989, cuando los primeros egresados de la Escuela Agrotécnica Cornelio Saavedra buscaron transformar en realidad sus conocimientos. La Ley 6022, que permitía la entrega de tierras fiscales bajo condición de formar una cooperativa, fue la chispa que encendió el sueño. Y aquel sueño tomó forma el 4 de septiembre de 1992, cuando se formalizó la matrícula provincial 231 y la nacional 15544. Ese día, los pioneros fundadores comenzaron a escribir una historia que hoy ya pertenece a todo el pueblo de Iglesia.

El Porvenir no nació de una oficina ni de un escritorio, nació del corazón de hombres y mujeres que no le tuvieron miedo al sacrificio. El primer presidente fue Don Oscar Vega, conocido por todos como “Vegita” Muñoz, un hombre de carácter firme y visión clara, que con humildad condujo los primeros pasos de la institución. A su lado estuvieron figuras entrañables como Don Luis “Lucho Luna” Caballero, Ramón “Yolo” Poblete, Mario Ramos, Damián “Burra Negra” Quilpatay y Marcelo “Achurita” Irasio Tejada. A esa lista se suman otros nombres que hoy son memoria viva, Don Segundo Montaño, Doña María y Don Walter Wuillemberg, Don Guillermo y Don Nicolás Esquivel, Don Calixto Aciar, Don Oriel Olmedo, Don Julio Argentino Díaz y Don Juan Varela.
Todos ellos, con sus manos curtidas y su fe inquebrantable, se convirtieron en los arquitectos de un sueño colectivo. Hoy, son sus hijos quienes continúan ese legado. Marcelo Gustavo Tejada, hijo de “Achurita”, ocupa la presidencia y representa con orgullo la herencia de su padre. A su lado, descendientes de los demás pioneros, como Johnny Wuillemberg, Mario Roque Díaz, Iván Esquivel y Julio Varela, demuestran que lo sembrado con sacrificio sigue dando frutos en nuevas generaciones. “Nosotros crecimos viendo a nuestros padres abrirse paso en el monte, y hoy nos toca a nosotros cuidar esa herencia y seguir soñando con ellos”, dice Tejada, emocionado.
Cuando los fundadores recibieron aquellas 66 hectáreas fiscales, el panorama era desolador. Todo era monte cerrado, cubierto de montes y espinas que parecían imposibles de dominar. Apenas existía una huella por donde entrar, y el resto era un territorio áspero, que solo cedía a fuerza de hacha, pala y voluntad. “Había que entrar agachados, cortando ramas para poder abrir camino. No había nada, salvo nuestra esperanza”, recuerdan los socios.
Pero el tiempo y el trabajo hicieron lo suyo. Canal por canal, alambrado por alambrado, se fue domesticando la tierra. La llegada de tractores y maquinarias, muchas de ellas gestionadas por la propia cooperativa y otras donadas en 2005 por la empresa Barrick-Veladero, permitió dar un salto enorme. Y aunque hoy esas máquinas cargan más de dos décadas de trabajo, siguen funcionando porque cada socio las cuida como si fueran oro. “Aquí nada se desperdicia, cada herramienta que llega se protege como un tesoro. Así nos enseñaron nuestros viejos”, asegura el presidente.
El Porvenir tuvo momentos de esplendor que todavía se recuerdan con orgullo. El tomate para desecado fue uno de los cultivos que marcó una época. “Dicho por Tomate 2000, nuestro tomate fue el mejor de toda la provincia de San Juan”, recuerdan los socios, con la sonrisa de quienes saben que su esfuerzo fue reconocido. Sin embargo, las trabas en los pagos, las demoras en la comercialización y las dificultades de logística terminaron apagando aquel entusiasmo.

El poroto chala rosada fue otro de los cultivos emblemáticos. Durante años fue el símbolo de la cooperativa, pero la falta de compradores firmes desmotivó a los más jóvenes. “Si uno sabe que su trabajo tiene mercado asegurado, se queda en la tierra. Pero si no, la juventud se aleja, porque nadie quiere trabajar para que su esfuerzo quede guardado en bolsas sin destino”, lamentan. Hoy, El Porvenir mantiene viva su producción con quinoa, zapallo, orégano y poroto, pero también se anima a nuevos desafíos.
La relación con el Estado fue siempre irregular. Hubo convenios, proyectos compartidos y maquinarias entregadas, pero la falta de continuidad y de compromiso sostenido dejó heridas. Muchas veces, la cooperativa tuvo que sostenerse sola, con la fuerza de sus socios y el apoyo esporádico de empresas privadas.
“No es que falten ganas, lo que falta son políticas que aseguren mercados. Si uno produce y sabe que va a vender, se esfuerza el doble. Pero si no, el sacrificio se transforma en frustración. Lo que necesitamos es que alguien mire al campo como lo que es: una fuente de vida y de futuro”, remarcan.

Entre tantos desafíos, hay uno que todavía duele como el primer día, la falta de agua potable. Aunque resulte increíble, la cooperativa cuenta con cloacas, pero no tiene acceso al agua. “Es una contradicción que nos hace reír de impotencia. Tenemos cloacas, pero no agua. Y sin agua no hay posibilidad de crecer, no podemos tener baños adecuados, no podemos recibir visitantes, no podemos envasar nuestra producción. El agua es vida, y nosotros seguimos esperando”, dice Tejada, con la voz cargada de emoción. En el predio existe una perforación inconclusa, que alguna vez prometió traer la solución definitiva. El agua está cerca, pero nunca se concretó el proyecto. Esa carencia limita todo, reduce las hectáreas cultivables, frena los proyectos y, sobre todo, quita oportunidades a las nuevas generaciones.
Hoy, la cooperativa reúne a 20 socios activos que, aunque no sean muchos, representan la fuerza de quienes se niegan a abandonar la tierra. Cada aniversario es un recordatorio de lo que se ha logrado, pero también un compromiso con lo que falta por alcanzar.
El Porvenir no es solo una institución productiva, es memoria viva de Iglesia. Es el eco de voces y apodos que se hicieron eternos ,“Vegita”, “Lucho Luna”, “Yolo”, “Burra Negra”, “Achurita”, Don Guillo, Quintín, entre tantos más, y que todavía resuenan en cada surco de la tierra. Es la continuidad de padres que soñaron y de hijos que hoy sostienen esa herencia con orgullo.
A 33 años de su fundación, El Porvenir demuestra que la unión y el trabajo colectivo son capaces de vencer cualquier obstáculo. Falta el agua, sí, pero sobra voluntad, y mientras exista esa voluntad, el porvenir de la cooperativa seguirá honrando su nombre y recordando a todos que, en Iglesia, los sueños compartidos siempre florecen. Por 300 años más y más raices por venir. Feliz Cumpleaños Cooperativa "El Porvenir", te lo desea Diario Libre.

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