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(Editorial) "EL DE AFUERA", el enemigo imaginario del Iglesiano

  • Foto del escritor: Diario Libre
    Diario Libre
  • 26 ago
  • 4 Min. de lectura

En un pueblo que recibe todo de afuera para subsistir, se desprecia al que llega con ideas, talento o proyectos. La contradicción es grotesca, mientras se importan bienes, se rechazan personas. La xenofobia no solo hiere, condena a Iglesia al atraso, la pobreza y la mediocridad.

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En Iglesia todo viene de afuera. Los alimentos que consumimos, los combustibles que mueven nuestros autos, la ropa que vestimos, la tecnología que usamos y hasta los remedios que nos curan. No producimos lo suficiente ni tenemos industrias que nos sostengan. Y, sin embargo, en un gesto de soberbia absurda, algunos rechazan a quienes llegan “de afuera”. Personas honestas, talentosas o incluso genios que podrían aportar muchísimo son puestos en un escalón más bajo que cualquier local. Solo por no haber nacido acá.


La contradicción es violenta, aceptamos sin chistar productos de afuera, pero negamos la participación de las personas. ¿Qué vamos a hacer cuando miles quieran venir a vivir a Iglesia? ¿Los vamos a rechazar? ¿Les vamos a prohibir opinar? ¿Les vamos a cerrar la política? Ese camino es insostenible y suicida. Entiendan que por algo elijen Iglesia para vivir.


La historia nos desmiente a la cara, Iglesia fue construida por “forasteros”. Italianos, chilenos, españoles y, antes aún, los conquistadores que desplazaron a nuestros aborígenes. Nacer en un lugar no aporta valor alguno, lo que enriquece es lo que uno hace, lo que aporta, lo que construye.


Hoy, sin embargo, como claro ejemplo lo pongo, y como uno de los tantos ejemplos que hay, se sigue repitiendo las mismas miserias. Se desprestigia incluso a un locutor colega radial como el “Vallisto”, alguien que hizo por este pueblo mil veces más que cualquier iglesiano, y mucho más que aquellos que lo critican cobardemente desde la sombra, incapaces de dar la cara. Ese es el deporte local, desacreditar al que aporta, para justificar la mediocridad propia.


Yo mismo recuerdo, como si fuera ayer, cuando los primeros jóvenes que trajeron deportes nuevos al departamento, el windsurf, el kitesurf, eran mirados con recelo. “Esos traen drogas”, murmuraban algunos. Y sin embargo, fueron precisamente esos “de afuera” los que encendieron la chispa del turismo en un pueblo que hasta entonces carecía de visión, de ideas y de proyección, aún muchos siguen asi. Porque hay que decirlo con todas las letras, ni los privados ni el propio Estado iglesiano supieron ver más allá de lo rutinario. Fueron otros, los que llegaron con nuevas ideas y nuevas prácticas, los que transformaron el lago y la montaña en un atractivo que hoy sostiene buena parte de la identidad turística de Iglesia. Sin ellos, el departamento sería turísticamente… nada.


Hace unos días compartí en mi WhatsApp una nota de este Diario felicitando a un grupo de jóvenes que habían ganado un certamen en Veladero. La respuesta de algunos iglesianos fue inmediata, “sí, pero ninguno de esos es iglesiano”. Elegí el silencio ante semejante muestra de ignorancia, porque esos jóvenes eran profesionales que, lamentablemente, no existen en Iglesia. Y no existen porque las oportunidades jamás estuvieron, porque la política, encabezada por iglesianos, qué paradoja, no generó el espacio para que nuestros propios talentos crecieran ni quisieran volver. Por eso las empresas buscan afuera lo que aquí no encuentran. Yo mismo, en su momento, dije, “a Iglesia no vuelvo más”, y sin embargo volví, y fue la mejor decisión de mi vida. Proyecté con ideas traídas de otros lados, que loco no?, pero aun así sigo siendo mirado de reojo por ciertos altos cargos políticos, que en nada me afectan, su xenofobia y su mentalidad limitada solo los condena a ellos, a esa visión chiquita con una mente como la de Homero Simpson “platillitos chocantes” mientras el mundo avanza.



El iglesiano debería hacer un mea culpa. Ser más inteligente al actuar e invertir, dejar de chuparse la vida en la esquina, y elegir mejor a sus gobernantes. Porque los dirigentes que han conducido al departamento lo han condenado al fracaso, sin industrias, sin visión de crecimiento, con un “turismo” de cartón y con obras públicas mal hechas, como las cunetas, cordones y veredas que ya se desmoronan. Pero, claro, “las ideas de afuera no sirven”.


Lo digo en primera persona, soy iglesiano, periodista y promotor de la cultura folclórica local. No me vendo, no me dejo domesticar por quienes buscan controlar a la gente desde la ignorancia. Y por haber vivido más de veinte años afuera, me consideran “de afuera”. Pienso distinto, pienso más abierto, y por eso soy incómodo. Esa es la marca de los verdaderos cabeza de tacho, los que se creen más por haber nacido o crecido acá, pero no ven que las verdaderas oportunidades llegan de más allá del Colorado. Hace años escuchaba a un cuasi dirigente político que resumió esto con brutal ignorancia, “A mí me importa lo que pase del Colorado para acá”. Como si el mundo terminara ahí.


Esa mentalidad estrecha es la que nos ha condenado desde comienzos del 2000 a vivir sin infraestructura, sin industrias, sin turismo real, sin proyectos privados. Y encima expulsando al que llega con ideas frescas. Así, Iglesia seguirá destinada al fracaso colectivo, a una condena que parece perpetua.


Pero todavía hay una salida, apuntar contra quienes de verdad nos hunden, los dirigentes mediocres, los xenófobos de mente cerrada ,y no contra quienes vienen con ganas de sumar.


Para quienes no lo entienden aún, lo aclaro, xenofobia es el rechazo, odio o desconfianza hacia las personas de afuera o hacia lo que proviene de otros lugares. Y en Iglesia, ese veneno no nos protege, nos encierra, nos divide y nos condena a la pobreza.


Iglesia necesita abrir los ojos, el futuro no se construye con fronteras mentales. La xenofobia no solo hiere a las personas que llegan con ganas de sumar, también nos condena como sociedad al aislamiento, al atraso y a la pobreza. Un pueblo que se cierra se marchita, un pueblo que se abre florece. Pero hay algo que debo resaltar, los Xenófobos mayormente son viejos, por qué los jóvenes de la década del 90 y las aún los nacidos después del 2000, están tan globalizados, que a todo lo "de afuera", les abren los brazos. Ven la diferencia entre mentes abiertas y dinosaurios?


La pregunta es clara ¿queremos seguir siendo un pueblo que mide el valor de una persona por el lugar donde nació, o queremos ser una comunidad que se fortalece con la diversidad, el talento y la integración? La respuesta definirá si Iglesia sigue atada a un fracaso perpetuo o si se anima, de una vez por todas, a ser grande.


Diego Gabriel Varela

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