Iglesia, un pueblo que grita en silencio y nadie escucha
- Diario Libre
- hace 1 día
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Durante más de dos décadas, la minería fue vista como la puerta de entrada al desarrollo de Iglesia. Sin embargo, a pesar de los millones que ingresaron por regalías, el pueblo sigue esperando respuestas. La frustración crece, la bronca se acumula, y los gobiernos municipales, incapaces de gestionar el presente ni de planificar el futuro, han dejado a la comunidad a la deriva.

El pueblo iglesiano atraviesa un momento doloroso. Se percibe en la mirada de sus vecinos, en el silencio de sus calles, en la forma en que se evita hablar de ciertas cosas por miedo o resignación, o el hablar despacito para que no escuche "el chupa" que va pasando. Desde hace tiempo, la frustración viene creciendo como una sombra que lo cubre todo. Es un desencanto que se volvió cotidiano, una tristeza que se instaló sin permiso. Y lo más duro es que no se trata de una catástrofe natural ni de un hecho repentino. Es el resultado de una cadena larga y sostenida de malas decisiones, de abandono, de desinterés, de desidia por parte de quienes debieron, desde hace años, cuidar y proyectar el bienestar de la comunidad.
Durante más de 21 años, la minería se desarrolla en el departamento con una continuidad ininterrumpida. Pero no fueron las empresas las que prometieron resolver la vida de los iglesianos, fueron los funcionarios públicos, los intendentes de turno, los concejales electos, quienes levantaron la bandera del desarrollo minero como una promesa de cambio. Ellos se comprometieron a transformar las regalías millonarias en empleo genuino, en infraestructura, en educación, en salud. Ellos, que hoy están, o estuvieron, al frente de los destinos del pueblo, son los que no supieron o no quisieron estar a la altura del desafío.
La minería no tiene la obligación moral de pensar por el bien de un pueblo. Esa es, precisamente, la función del Estado. Las empresas hacen su negocio, dentro de lo que les permite la ley. Pero ¿quién controla? ¿Quién negocia mejores condiciones? ¿Quién exige? ¿Quién defiende los intereses locales? Durante dos décadas, la Municipalidad de Iglesia y sus respectivos concejos deliberantes actuaron con una pasividad dolorosa. El dinero ingresó, SI. Pero las obras estructurales NO llegaron. Las políticas públicas fueron improvisadas o directamente inexistentes. No hubo un plan de desarrollo, ni planificación territorial, ni impulso real a la mano de obra local. Hubo pintura para las plazas, promesas para los discursos, y abandono para la realidad.
Los ejemplos están a la vista. La plaza Benita Molina, tan celebrada en su momento, hoy está sumida en el deterioro, la plaza Federico Cantoni fue remodelada dos veces sin lograr conservarse en condiciones dignas, nuevas plazas que en lugar de tener mas plantación de arboles, tienen cemento. Las cunetas están sucias, el arbolado público agoniza, ejemplo, avenida Santo Domingo desde Calle Tiro Federal hasta Calle Paoli, las famosas veredas mas caras del mundo se desintegran, ¿Dónde está el dinero que entró al municipio durante todos estos años? ¿Quién rindió cuentas? ¿Por qué no hay una sola obra transformadora que pueda ser señalada con orgullo por la comunidad? Cada intendencia fue heredando el desgobierno de la anterior, mientras la esperanza del pueblo se marchitaba.
Y lo que es aún más grave, el abandono institucional no solo genera pobreza material, genera algo peor, genera desesperanza, desgasta el tejido social y cuando un pueblo pierde la confianza en sus dirigentes, en sus instituciones, en la posibilidad misma de cambiar, comienza a descomponerse por dentro. Hoy, en Iglesia, lo estamos viendo, peleas entre vecinos, daños a emprendedores locales como si fueran los responsables de la desidia, violencia en eventos deportivos, peleas en espacios privados, hablando mal del otro, del que se compro algo nuevo fruto de su propio sudor, tirando m.... al que progresa. Los gestos de enojo NO están dirigidos hacia quienes manejan el poder, sino entre los propios ciudadanos, como si el problema estuviera en el otro y no en el sistema político que los viene condenando a la indiferencia, a la ignorancia y al abandono de su propia dignidad, la pregunta de fondo es ¿por que?, claramente por miedo inducido por años.
Hace poco, un grupo de desempleados intentó organizarse, fue una señal de dignidad, de necesidad, de reacción, pero la presión no tardó en llegar. Amenazas personales a cabecillas de un grupo que solo buscaba TRABAJO, "te vamos a matar a vos y a tu familia", miedo, y la posterior disolución del grupo. “Si hablás, te marcan”, se escucha. “Después no te dan nada, ni un bolsón, ni una ayuda", "si hago un comentario en el facebook o digo mi nombre en la radio o salgo a protestar, despues no te ayudan en un momento de necesidad". Ese tipo de pensamiento, instalado por años de clientelismo y manipulación, ha convertido a Iglesia en un pueblo donde el silencio parece la única forma de sobrevivir. Y cuando el silencio se vuelve norma, lo que viene después es la resignación.
Los concejales, por su parte, salvo honrosas excepciones, solo dos o tres, han sabido representar y defender al pueblo. Muchos llegaron a una banca y se acomodaron por el sueldo (al que le quepa el poncho que se lo ponga), Otros, más comprometidos, no encontraron respaldo ni herramientas para enfrentar una estructura política que protege sus propios intereses. A lo largo de los años, los concejos deliberantes de Iglesia han sido, en gran medida, cómplices pasivos del abandono, y esa es una responsabilidad que la historia no va a olvidar.
Lo más triste de todo esto es que el pueblo iglesiano no es un pueblo conflictivo, es una comunidad buena, tranquila, trabajadora, humilde, pero desunida. Una comunidad que nunca necesitó salir a la calle, nunca supo manifestarse, porque durante años confió. Pero hoy, frente a tanto olvido acumulado, frente a tantas promesas rotas, no sabe cómo canalizar el DOLOR, y eso es lo que está haciendo de este momento algo tan peligroso, la bronca no encuentra salida, y se está convirtiendo en una bomba silenciosa, cada vez más difícil de contener.
Iglesia no necesita compasión, necesita justicia. No necesita discursos, necesita acción. No necesita promesas, necesita resultados. Los gobiernos municipales han tenido la oportunidad de hacer historia, de cambiar el rumbo, de construir un modelo de gestión que estuviera a la altura de la riqueza que pasa frente a nuestros ojos. No lo hicieron, no supieron, no quisieron. Y hoy el pueblo lo está pagando.
Que nadie se engañe, lo que está ocurriendo en Iglesia no es una casualidad, ni una mala racha, es el resultado directo de una conducción política ausente, miope, muchas veces mezquina, que dejó pasar la oportunidad más grande que tuvo este departamento en toda su historia. Mientras tanto, la gente, la verdadera protagonista de esta tierra, sigue esperando, sigue callando. Sigue aguantando. ¿Pero hasta cuando?, un día, ese silencio va a romperse y cuando lo haga, será demasiado tarde para los que nunca escucharon. ¡No subestimen al pueblo!.
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