EDITORIAL | “Ley de Proveedores Mineros”: ¿otra promesa que dejará a Iglesia mirando desde afuera?
- Diario Libre

- 8 oct
- 3 Min. de lectura
Otra vez el poder económico baja desde la ciudad con un discurso bonito y un proyecto bajo el brazo.

El Gobierno provincial anuncia su “nueva Ley de Proveedores Mineros” como la herramienta que, dicen, permitirá que el valor agregado quede en San Juan. Pero aquí, en el norte, donde la minería late en el suelo y en la sangre, la pregunta es una sola, ¿y el iglesiano, dónde queda?
En el papel suena perfecto, radicación, registro, tributos, desarrollo local. En la práctica, el “Núcleo 1” de la ley “radicar para tributar” puede convertirse en una trampa disfrazada de progreso. Según explicó el propio Secretario de Coordinación para el Desarrollo Económico, todas las empresas vinculadas a la minería deberán estar radicadas en San Juan y tributar aquí para poder operar.
El argumento oficial es que eso permitirá que los recursos queden en la provincia. Pero el problema es otro, no se trata solo de que el dinero quede en San Juan, sino de que llegue a Iglesia, al corazón mismo de las comunidades que sostienen la minería con su tierra, su gente y su esfuerzo.
Exigir radicación, oficinas y requisitos fiscales complejos no es un obstáculo para las grandes empresas que ya operan desde la capital o desde Mendoza. Pero para los pequeños proveedores iglesianos, que cargan con costos altísimos, falta de conectividad y una distancia enorme respecto de los centros administrativos, esa exigencia puede significar quedar fuera de competencia antes de empezar. En nombre de la equidad fiscal, se podría terminar profundizando la desigualdad territorial.
En Iglesia existen más de siete cámaras mineras (una locura) y decenas de emprendimientos familiares que sobreviven gracias al esfuerzo diario. Son empresas que nacieron acá, que contratan mano de obra local, que mueven la economía del pueblo y que dan trabajo donde nadie más lo hace. Y ahora, con esta nueva ley, podrían ser las primeras en quedar afuera del sistema formal, desplazadas por los grandes proveedores de la capital que cuentan con respaldo, asesoramiento y recursos para cumplir con todas las exigencias.
El discurso oficial habla de “proteger al proveedor local sanjuanino” y de dar “estatus especial” al “proveedor de la comunidad”. Suena bien, pero en la práctica esas categorías pueden terminar siendo meros rótulos.
¿Quién define qué es un proveedor de la comunidad?
¿Desde qué escritorio se decidirá si un emprendimiento de Rodeo o Las Flores califica o no para recibir beneficios?
¿Habrá apoyo técnico y financiero real para que los pequeños puedan adecuarse a los nuevos requisitos o se los empujará, una vez más, a competir con desigualdad?
En este contexto, la voz del diputado iglesiano Gustavo Elías Deguer será determinante. El pueblo espera que se plante firme, que exija claridad en los artículos, que pida mecanismos concretos de protección para los proveedores del norte. Porque el valor agregado no se mide solo en facturas o en balances, se mide en trabajo local, en movimiento económico real, en oportunidades que queden en la comunidad y no en los bolsillos de unos pocos.
La minería sanjuanina necesita reglas, sí. Pero también necesita justicia territorial. De nada sirve que los tributos se liquiden en San Juan si el dinero sigue circulando solo en la Capital. Si esta ley no garantiza presencia real de los proveedores iglesianos en la cadena minera, entonces no es una ley de desarrollo, es una ley de exclusión con otro nombre.
Los iglesianos ya aprendimos a desconfiar de las promesas que bajan desde la ciudad. Cada vez que nos hablan de “modernización” o “valor agregado”, el resultado es el mismo, los beneficios se concentran en el centro y el norte vuelve a esperar. Pero esta vez no alcanza con esperar.
Esta vez hay que hacerse escuchar.
Porque el desarrollo minero de San Juan no puede seguir escribiéndose desde un despacho en Capital. Debe escribirse desde donde la minería sucede de verdad, en Iglesia, donde el trabajo es real, donde el sacrificio es cotidiano, y donde la riqueza nace de la tierra misma.
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